Yo recuerdo cuando fui niño, algunas veces íbamos al campo de aviación en Motozintla, que era zona de esparcimiento para las familias, algunas iban a estudiar, leer, ver el cielo, jugar pelota, jugar a las atrapadas, beisbol, volibol, volar barriletes, etcétera. Y cuando comenzaban las lluvias íbamos a buscar los nidos de zompopo y recoger hongos “ishcabilack”
El campo de aviación tenía varios usos, allí también pastaban animales de corral, y ganado porcino, equino y vacuno. Allí llegaban algunos a aprender a conducir, carro, bicicleta o cualquier vehículo, algunos aprendieron allí a besar, allí se citaban con sus enamorados, a beber por primera vez bebidas alcohólicas, y otros hacerse respetar con los puños. Esa zona era bastante importante en el ocio de la sociedad de esa época.
Cualquier día de pronto, se escuchaba en el cielo primero un sonido lejano, luego más cerca el rugir de los motores de la avioneta. Hacía allá íbamos en bandada los curiosos a ver quien había venido y que aspecto tenían. Esto recuerdo ocurría con frecuencia.
Corría el río Chelajú, era un río lodoso, de aguas fétidas, las personas lo atravesaban sobre grandes piedras procurando no caerse, algunos caían. Otros para evitar accidentes lo atravesaban descalzándose y caminando entre la corriente de aguas.
También estaba ahí el gran campo de futbol soccer, referente significativo para la historia de vida de una o dos generaciones. Veía una pasión única entre los espectadores, que coincidía con la de los jugadores, algunos literalmente daban el alma en la cancha de juego. El campo no tenía césped, en las porterías colgaban las redes para atrapar las pelotas, pero esas redes debido al uso estaban ya incompletas y a la hora de anotar los goles, por la fuerza de los golpes a la pelota pasaban siempre de largo y había que ir por la pelota hasta los canales de desagüe. Recuerdo y vi que algunas veces los jugadores tenían que espantar a las bestias de carga o cerdos que ajenas a la emoción del partido se iban a echar dentro de la cancha despreocupadamente.
En las tribunas, algunos con un boletito que habían comprado aguardaban expectantes la lectura a través de un viejo equipo de sonido el anuncio del ganador de la rifa de los pollos asados.
Yo iba allí con mi bicicleta a jugar carreras, comprábamos alguna fruta o chicle con los pocos pesos que nos habían dado como gasto nuestros padres. Era una oportunidad para sentir el aire fresco que no se sentía en las calles, eran aires de libertad que acariciaban nuestra infancia.
Cuando se hacían desfiles ya sea de conmemoración de la revolución o celebración de la independencia de México, éramos convocados allá, a primera hora. Los contingentes eran numerosos, porque desfilaban las escuelas completas, con todos los alumnos de primero a sexto grado en la primaria, de primero a tercero en la secundaria y en la prepa. Ya después idearon que se hiciera solo con una representación de todos los estudiantes.
Allí me tocó ver a otros niños que se entretenían observando a escarabajos empujando diminutas bolas de estiércol de vaca. Esto era todas las tardes, los niños jugaban a robarles las bolitas, escondiéndoselas, y otros como yo, veíamos absortos eso.
Recuerdo con nitidez a Víctor Hugo Roblero Hernández que con cámara de 8 milímetros en mano videograbó una tarde la atmósfera del lugar, estuve allí en medio de la poesía. Estos recuerdos se unen a las de varios. Imágenes tatuadas en nuestra memoria.
#EsdrasCamacho
20/05/2025
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