viernes, 10 de mayo de 2024

En las calles de Motozintla

 En las calles de Motozintla

Desde la madrugada de los tiempos. 

Un gentío de voces

Nos anima a abrazar los desafíos. 

y en cada rincón 

Se forja la esperanza 


En las calles de Motozintla

El Desahogo y la nostalgia 

Hacen las pases. 

Mientras el viento teje y desteje su historia.  


En las calles de Motozintla

El poeta descubre instantes

Y los murmura agradecido, al futuro.


En las calles de Motozintla. 


#EsdrasCamacho

jueves, 2 de mayo de 2024

El Barrio donde viví

 


Ya no vivo en el él, pero él si vive en mí.

 

La dirección que indica mi identificación para votar con fotografía es el barrio en donde nací y crecí. Son 8 manzanas, y es de los más grandes de mi ciudad.

 

Aunque nunca lo diga, le tengo un gran aprecio aquellos vecinos que de niño tuve. Todavía nos saludamos y reconocemos con la mayoría.

 

El lindero de mi barrio empezaba ¿o terminaba?, en la tranca del camino a chimalapa, y terminaba en la casa de “Doña Luci” a la izquierda y a la derecha por donde está el auditorio de basquetbol.  

 

Recuerdo de niño mientras a toda velocidad escapaba de la lluvia en mi bicicleta me estrellé contra la pared de la esquina de mi calle y un vecino grandulón me tomó en sus brazos, diciendo como consuelo: “La lluvia no te va a hacer pedazos, no hace falta que corras, mírate ahora”.

 

Había una que decían que era bruja, y que su hija también la era, ellas vivían en la misma calle a tres o cuatro casas de distancia. El barandal de su puerta siempre estaba cerrado, las paredes eran bajareque encaladas, el piso siempre limpio, una tarea que conseguía a fuerza de lustrarlo a cada rato, aunque las calles siempre fueron polvorientas.

 

Ellas siempre andaban silenciosas, pero si uno les saludaba, respondían con total educación y amabilidad, yo siento que la buena educación rompe cualquier hechizo.

 

Mi hermana y yo, pusimos una tiendita de dulces, ocupaba en una mesita, ofrecíamos los chicles de cajita, los bubaloo, las mentitas, chocolates confitados y chupirules. La puerta era de tabla y cuando salíamos le poníamos un pasador con candado, pero si se le empujaba con fuerza, quedaba espacio entre las tablas cosas que unos vecinos de mi edad pero malcriados, mediante un alambre con gancho, hurtaron varias golosinas. Cuando fuimos a dar la queja con sus papás, ellos simplemente se rieron de la travesura, condonándoles el castigo y pagando un porcentaje de la venta.

 

Por eso creo que no me simpatizan en la actualidad.

 

En la esquina contigua a la que derrapé, estaba el matadero de reses. Varios de los hijos del barrio se estaban atentos, cuando los matanceros y destazadores hacían su labor; con el tiempo también aprendieron el oficio.

 

Los cercos de las propiedades eran de piedra o de arbustos, muy pocos de tabla y escasamente de ladrillos. Todos muy respetuosos, a pesar de que no había paredes de concreto, no se fisgoneban entre sí, cada quien a lo suyo.

 

Cómo no existía teléfono celular, los muchachos cuando querían reunirse para ir a un paseo, jugar o simplemente verse, se comunicaban con gritos los gritos onomatopeyicos y silbidos,  los que solo pocos entendían su significado en clave.

 

Conocí la cancha de basquetbol a tres cuadras de distancia, porque acompañaba a mi tío a verlo jugar, y lo acompañaba porque la pelota era mía, y tenía que cuidarla a la pelota, no a él.  

 

Ocasionalmente me enviaban a comprar azúcar o hielo, y por eso había que caminar las otras calles.

 

En una de las cuatro esquinas, está la casa de don Humberto, él fue si no el primero, de los primeros en tener Televisión a color en el barrio, una palomilla de muchachos, íbamos a pararnos en la ventana a ver lo que ellos veían, ese episodio se repitió al millón, y a todas horas.

 

La vecina de la calle de atrás, una ocasión que me vio con la tristeza a flor de piel deambulando me preguntó que sucedía, yo ya tendría unos catorce años, y le respondí que en casa mi mamá se había puesto mal, y que no tenía como ayudarle, que su dolor era muy intenso, ella velozmente se apersonó en el umbral de la casa y se llevó a mi madre al médico más cercano, “Por los gastos, no te apures, para eso somos vecinos”, dijo.

 

Mis recuerdos están ahí en el barrio Emiliano Zapata.